Contador Visitas

viernes, 5 de febrero de 2010

Parte IV

Increíble como el ser constantemente pasa de amor a odio en segundos. De un rotundo pesimismo a un optimismo contundente. De poderoso a impotente. De tristeza a alegría, felicidad, dicha, gusto, contento… ¿Es lo mismo bienaventurado que feliz? ¿Será la felicidad tan sólo el hecho de satisfacer un pobre deseo? ¿Un relativo estado de placer momentáneo y fugaz? Se suele hablar de ésta como un auténtico gozo interno, una satisfacción espiritual, una autorrealización. ¿Pero lo es?
Probablemente la felicidad dejó de existir hace mucho, muchísimo tiempo y, ahora, sea tan sólo un anhelo, una sensación temporal de contento del ser consigo mismo, bastante corta por cierto. La “búsqueda de placer absoluta”.
Deprimente pero real. Angustioso pero cierto. ¿Penoso? Tan penoso como el ser mismo, quien es, sin duda, capaz de cualquier perversión con tal de satisfacer sus tristes pretensiones, “necesidades”, de nulo valor espiritual y pasajero bienestar.
Acosado por el pasar de los días cuando los tiene contados, ahora presionado por la indudable atracción de las siete desgracias y acorralado hacia el más oscuro de los rincones de la existencia humana por la vejez, el ser es y será un afligido, abatido y desolado; un estorbo para la naturaleza; un juguete para las desgracias y una decepción para los Dioses.

miércoles, 27 de enero de 2010

Parte III

Terreno calmo a simple vista habitaba. Flautas sonaban en su palacio, mezcladas con siseos permanentes. La música seduce, deleita al que la oye. Un joven ser de mucha inocencia por allí cerca pasaba.

Se sentía impotente. Sentimiento lleno de proyectos e ilusiones, pero incapaz de concretarlas. Su infelicidad había sido provocada por un amor no correspondido, la causa de numerosos llantos. Había decidido alejarse un tiempo de su pueblo, así no tendría que verlo a él, quien con su indiferencia le destrozaba el corazón hasta más no poder.

Sus descalzos pies le rogaban sentarse en algún lugar de aquella gran selva. Así lo hizo, se apoyó sobre una roca y secó sus lágrimas. Aquel lugar tan placentero le iluminaba la mirada con sus rayos de sol. Una bonita mariposa se posó sobre su delicada mano izquierda, y le sacó una sonrisa. Con el paso de las horas allí, su húmedo rostro se fue secando. Decidió darse un paseo por aquel lugar, tratando de olvidarse de sus problemas, de despejarse, recordando que la vida es maravillosa, que el mundo era espléndido y que debía disfrutarlo día a día. Un fracaso no era nada, es más, de estas situaciones es cuando más aprendería. Capaz las cosas serían mejor de esta manera. A lo mejor la vida la sorprendería al día siguiente con algo magnífico, o no en su defecto. Imposible saberlo, esa era la razón de vivir. ¿Todo pasa por algo? Tal vez toda acción tenga su función y tengamos un destino marcado del cual no podremos escapar. Pero sería bello averiguar qué es lo que nos tiene preparados. ¿No? Felicidad, grata felicidad. Risas, lenguaje del alma. Carmín estiraba su delgado cuerpo al aire libre, sintiendo las brisas de viento y oía como éstas movían suavemente los pastos. Presentaba ahora, luego de sus reflexiones, un latente entusiasmo, envuelto en serenidad.

Ya no se sentía impotente, su humor había cambiado radicalmente. Pero fue allí cuando la curiosidad la cubrió con su dulce misterio. A lo lejos se veía una estructura de estéticos árboles que forjaban una especie de castillo con sus potentes y a la vista bastante sólidos troncos. Sus hojas de color verde azulado llamaban poderosamente la atención de Carmín, o al menos eso era lo que ella pensaba. El poder de Envidia se sentía a distancia. Imposible era ignorarla.

martes, 12 de enero de 2010

Parte II

Confusión, pánico y terror plagaron a los seres. Empezando el atardecer el cielo fugazmente se tornó oscuro. Esto los hizo percatarse, por primera vez sintieron un vacío, una disconformidad interior. Rayos blancos y celestes aparecieron en el cielo ahora sombrío. Un fuerte estallido en las alturas marcó el cambio. Allí comenzaron a bajar, estruendosamente, una por una tomándose su tiempo, las siete desgracias. Cada una en su carruaje acarreado por imponentes corceles. Al aparecer en el cielo, éstas no tenían vestimenta alguna, se iba formando a medida que se acercaban al mundo. Ya cerca del suelo presentaban ostentosos vestidos y adornos desde la cabeza hasta la punta de los pies. Descendían todas con el cuello en alto, cierta soberbia y donosura. Brillantes sonrisas y poseedoras de exquisitos y finos rostros que dejarían atónito a cualquier ser.
Eran grandiosamente enigmáticas. Inevitable mirarlas y admirarlas con absoluta devoción. No necesitaban presentación alguna, con tan sólo guiar la vista hacia una de ellas, el cuerpo de los seres se cubría de un sentimiento extraño, inexplicable para ellos, jamás percibido a tal magnitud.

Venenosa. La primera en caer se estableció en la selva, lugar dominado por las serpientes. Éstas la reconocieron como madre instantáneamente y le ofrecieron su fiel servicio. Se supo adaptar al lugar y circunstancias, o mejor dicho, las circunstancias y lugar se adaptaron a ella. Los reptiles le construyeron un palacio natural digno de una reina, sin embargo no parecía ser lo suficiente para sentirse conforme.
Negación. Ella se oculta a todos, y a ella misma también. Le causa placer el hecho de al resto ver caer. Madre del resentimiento y la desdicha. Negativa y celosa como ninguna. Ingrata e inválida. Dicen que tiñe de verde a quién la reclama.
Esta peligrosa desgracia es llamada Envidia, muy solicitada y acudida.

Atraer a la plebe era su propósito, llenarlos y colmarlos de ese sentimiento de amargura por sí mismos, de tristeza por no tener lo ajeno, de envidiar el intelecto y posesiones del indiferente. Todo aquello la llenaba de gusto y satisfacción, pero no era suficiente. Nunca es suficiente cuando de Envidia se trata. Envidiaba a sus hermanas, esa era su mayor preocupación. “Necesitaba” superarlas, alegrarse de su pesar.

domingo, 10 de enero de 2010

Carmín

Parte I

¿De qué es capaz un ser humano?
¿A quién es capaz de recurrir en momento de necesidad?
La “necesidad” ¿existe o el hombre la crea?
Curioso es como el ser utiliza aquel término para aquello que le da satisfacción, y no para lo verdaderamente urgente.


Allí aguardaba, descontenta de sí. Enhiesto cuello; labios carnosos; mejillas sonrosadas por naturaleza; nariz levemente respingada; ojos celestes de rojizas pestañas (como su cabello, el cual, de carácter ondulado, le cubría parte de su húmedo rostro).

El tesoro más codiciado e idolatrado por los seres humanos durante añares no fue el alma. El rostro fue alguna vez un regalo de los Dioses. A pesar de la belleza del presente, el ser humano como de costumbre erró: lo transformó en su nueva divinidad y objeto de adoración. Lo convirtió desde importante hasta elemental, lo elevó por encima de cualquier Dios y transformó de un noble obsequio lleno de gracia, un castigo.

En el Fantástico Mundo hay divinidades, que no dejarían al ser humano sólo jamás. Límites.
- ¿Un ser sólo? ¿Viviendo su corta y desesperada vida por su cuenta? Terminarían destruyéndose entre ellos o peor: correría peligro nuestro preciado mundo, que con mucho cuidado y dedicación hemos creado, entre todos, aportando cada deidad lo más importante de sí: su esencia.

Las divinidades, como responsables de el Mundo tratan de implementar su idea de justicia para el bienestar humano: cuando no hay esfuerzo por el alimento los seres pasan hambre y sed; cuando roban o ejercen actos que atentan contra algún otro les pesa en la conciencia eternamente y cuando no hay respeto por los Dioses, sus creadores, hay un castigo, y no es leve. Esto es ley de los Dioses. Deben esforzarse mínimamente para conseguir alimento, jamás aprovecharse de otros. Si no es cumplido, de alguna forma u otra, tarde o temprano, no obtendrán “fruto de sus cultivos”.

La magnificencia es arrogante, pero no esperan arrogancia de los seres, ¡ignorantes, torpes y pobres de conocimiento!
¿Qué condena les impondrían esta vez por no venerarlos, por olvidarse de quiénes los han creado, por ejercer dicha vanidad? ¿Acaso no saben que los Dioses son absolutamente poderosos? ¿Se les ha escapado de la memoria? ¿Perdieron la coherencia?
Y no se han quedado allí, sino que comenzaron a admirar, incluso con vehemencia, sus fisonomías, sus cualidades, y peor aún, lo más escaso de entendimiento: los objetos materiales.

Todo esto merecía una fuerte pena, algo que se recuerde por los siglos de los siglos, generación por generación.
El cielo se tornaría celeste y ya no reflejaría más la tierra; el arco iris ya no sería tan usual; los pastos no serían tan verdes; la tierra no sería tan fértil; el agua no sería tan abundante; comenzaría a haber actividad dentro de la tierra; el ser humano sufriría frío y calor, sequías e inundaciones al azar; dejarían de ser tan longevos y los animales ya no reconocerían como amos.

Llegar a esta medida angustió a todos los Dioses. Desperdiciarían lo que habían donado para la creación, lo más maravilloso y eterno atribuido al ser: su esencia. Se destruirían a ellos mismos. Si el mundo de fábula muere, éstos morirían con él. La Diosa de la belleza ya no se precisaría en un mundo tan poco agraciado; ni la de la vegetación quien adorna sus bosques, campos, selvas y sabanas con increíbles árboles, arbustos, flores y helechos; ni el Dios de la tierra quien la calma y la fertiliza.
Debían castigar a los seres estrictamente. Discutieron hasta llegar a la decisión.

El cielo seguiría reflejando el fantástico mundo con sus hermosos arcos iris; sus verdes pastos; fértiles y calmas tierras; abundantes mares, ríos, lagos y lagunas; longevos seres humanos, quienes dominan a los animales. Pero tendrían su condena, un castigo realmente memorable, sólo así se darían cuenta de su error.

Fue así como las divinidades enviaron a las siete desgraciadas, las siete desgracias del ser. Siete esbeltas mujeres sobrenaturales, capaces de someter cualquier ser humano bajo su potestad.