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viernes, 5 de febrero de 2010

Parte IV

Increíble como el ser constantemente pasa de amor a odio en segundos. De un rotundo pesimismo a un optimismo contundente. De poderoso a impotente. De tristeza a alegría, felicidad, dicha, gusto, contento… ¿Es lo mismo bienaventurado que feliz? ¿Será la felicidad tan sólo el hecho de satisfacer un pobre deseo? ¿Un relativo estado de placer momentáneo y fugaz? Se suele hablar de ésta como un auténtico gozo interno, una satisfacción espiritual, una autorrealización. ¿Pero lo es?
Probablemente la felicidad dejó de existir hace mucho, muchísimo tiempo y, ahora, sea tan sólo un anhelo, una sensación temporal de contento del ser consigo mismo, bastante corta por cierto. La “búsqueda de placer absoluta”.
Deprimente pero real. Angustioso pero cierto. ¿Penoso? Tan penoso como el ser mismo, quien es, sin duda, capaz de cualquier perversión con tal de satisfacer sus tristes pretensiones, “necesidades”, de nulo valor espiritual y pasajero bienestar.
Acosado por el pasar de los días cuando los tiene contados, ahora presionado por la indudable atracción de las siete desgracias y acorralado hacia el más oscuro de los rincones de la existencia humana por la vejez, el ser es y será un afligido, abatido y desolado; un estorbo para la naturaleza; un juguete para las desgracias y una decepción para los Dioses.